Las emociones y los sentimientos en la educación.





Las emociones forman parte de la vida de la persona ya desde el nacimiento, y acompañan, motivan e inciden fuertemente en nuestra conducta. Los sentimientos y las emociones están siempre presentes en cualquier situación, e impulsan la manera de hacer, de sentirse y de relacionarse de cada uno.

Una buena gestión de las emociones es fundamental para unas relaciones saludables y de calidad. Cuando no se tiene consciencia de su influencia las emociones pueden generar reacciones desagradables o poco socializadas, que hieren a los otros y hacen sentir mal a uno mismo.

¿Son los niños de hoy más conscientes de sus emociones? 

En esto influye cómo es hoy la sociedad. Antes en la familia, aún sin saberlo, había una educación emocional que surgía espontáneamente. Hoy en las familias cada vez hay más incomunicación, y es por eso que una educación que antes se producía de una manera natural ahora se está perdiendo.

Quizás es por eso que hace falta ahora más educación emocional, porque este tema antes lo suplía de una forma más natural la familia y las relaciones que había en la sociedad. Relaciones que se están perdiendo y por ello esa educación emocional se ha de introducir ahora de una forma más artificial.
Probablemente a nivel escolar los docentes han aprendido, tienen otra actitud delante de los niños y de las emociones, pero a nivel familiar nos hemos encallado.

Cómo los niños expresan sus emociones

Cuando los niños expresan sus emociones ¿Cómo se les ha de ayudar a contactar con eso que están sintiendo, a ponerle nombre, a expresarlo, a darle una forma?

De entrada se ha de acoger esa emocionalidad. Muchos adultos tendemos a negarla, a prohibirla: “no llores”, “esto no da miedo”… Tenemos la tendencia a negar, porque pensamos que negando esa emoción desaparecerá.

Lo primero que hemos de hacer si queremos ayudar al niño es aceptar esa emoción, porque es legítima y los niños tienen que saber que tienen derecho a sentir. Una vez acogida hemos de conducir al niño a que la acepte y la modifique si es necesario.

¿Qué es lo que se ha de modificar? Lo que el niño ha de modificar es la intensidad de la emoción. Un niño puede tener miedo, aunque esa misma situación a otro niño pueda no generarle miedo a él se lo produce. Si le ayudamos a que ese miedo se haga pequeño esa emoción no le hará daño. Aunque el niño tiene derecho a sentir ese miedo es mejor que no le haga daño, por eso lo hemos de transformar.

¿Cómo puede un niño tomar consciencia de sus emociones?

El proceso de identificar una emoción, aceptarla, aprender a regularla y tener estrategias para llegar a algo que es muy importante ―el propio bienestar― es un camino largo.

Los niños pequeños confunden las emociones. Hemos de aprovechar todas las situaciones que se nos brindan en el día a día, y partiendo de ahí los niños van aprendiendo a diferenciar. Un niño puede estar enfadado y estar hablándonos de tristeza. Es todo un largo proceso, en el que es importante también hacer que se den cuenta de donde sienten las emociones. Es un aprendizaje para el que se necesitan muchos años, el hecho de saber incluso cuando sientes una emoción en que parte del cuerpo la notas.

Lo primero que el niño ha de hacer para tomar consciencia de sus emociones es ponerles un nombre, y diferenciar una emoción de otra. Después aceptarlas.

¿Cómo regular las emociones? ¿Cómo enseñar a los niños?
Para regular las emociones cada persona tiene estrategias diferentes. A alguien le puede ir bien bailar o ir a correr, y a otra persona le puede funcionar utilizar la cabeza. Dependiendo de las habilidades y del potencial de cada cual se utilizará una estrategia más visual, más de hablar, más de mover el cuerpo…

¿Y cómo se les enseñan a los niños esas estrategias? Partimos de la base de que los adultos que acompañamos a los niños los modelamos ¿Cómo les modelamos? Los modelamos a través de nuestro modelo y de nuestro ejemplo.

Los niños aprenden por imitación, aprenden de aquello que ven. Si ven a unos adultos que regulan las propias emociones, que hablan, que tienen una mirada interna, que transforman sus actitudes, que transforman su comportamiento, que acogen, que aman, que llevan las emociones a la cotidianidad, que siempre las tienen presentes… ¿qué más queremos? Es aprendizaje por inmersión.

El arte es también una excelente forma de gestionar las emociones. Aunque no se haga de una manera consciente, cuando una persona trabaja artísticamente está expresando y vertiendo todas sus emociones. En el arte, en el juego… por la presión que se hace sobre el papel, por el tema que se escoge, por los colores… es una forma de sacar afuera y expresar el mundo emocional que tenemos dentro.

Cómo las emociones contribuyen al aprendizaje?
Activar la emoción en un niño garantiza que se le quede grabado de una manera especialmente poderosa el conocimiento. Partiendo de que las emociones existen siempre, de que no existe la “no emoción”, y por tanto el cerebro emocional está siempre en activo. Todo acto de aprendizaje está acompañado de emociones.

Depende de qué emociones el niño sienta hará que esa experiencia de aprendizaje quede grabada de una manera o de otra, pero grabada quedará. Puede quedar grabada como un elemento muy desagradable, que llevará al niño al rechazo y a no querer repetir esa experiencia, y a sentir incluso asco. O ser una experiencia gratificante y de disfrute que conllevará el deseo de repetirla, y ese deseo de repetirla hará que se desee continuar aprendiendo.

En la memoria queda grabado tanto el “¡esto no lo quiero y no quiero repetirlo, no quiero volver a pasar por aquí!” como queda grabado el “¡fantástico, quiero continuar explorando esto porque me ha gustado!”.

En la educación vamos ganando terreno en lo que respecta a saber entender el poder de la emoción para activar el aprendizaje.

Consejos para los padres

La principal recomendación es que se hable. Cuantas veces al final del día decimos “pienso…”, “¿has pensado?”, “deberíamos pensar…”, “¿tú qué piensas?”… ¿Y cuantas veces al final del día decimos?  “siento…”, “he sentido…”, “¿cómo te has sentido?”… No estamos acostumbrados a hablar de las emociones.

Y las hemos de traer a la cotidianidad, les hemos de dar evidencia y hemos de hacer que existan, porque si no esas emociones continúan escondidas. Y continúan escondidas porque los adultos, que somos quienes las hemos de sacar a la luz, no hemos crecido en un ambiente en el que las emociones tuviesen la misma cotidianidad que cualquier otro aspecto humano. Por lo tanto primero hemos de hacer un esfuerzo, después de hacerlo las emociones fluyen y en la familia se habla de emociones y sentimientos de una manera absolutamente normal.

Si queremos que nuestros hijos hablen de emociones y las conozcan les hemos de dar ejemplo de que nosotros también somos capaces de explicar nuestras emociones. El ejemplo es la mejor manera de aprender, y nuestra postura ante este tema ―a veces llevamos una máscara y no dejamos ver como somos― es muy importante. Que los niños vean que es un tema normal del que se habla, que los adultos también nos equivocamos y que no pasa nada.

Y se ha de observar mucho a los niños, porque no siempre que miramos vemos que hay. La observación es una buena herramienta para profesores y para padres.

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